q u i e n n o s e m u e v e , n o s i e n t e l a s c a d e n a s

lunes, 5 de diciembre de 2011

La emancipación de la mujer

por Flora Tristán,  7/04/1803 a 14/11/1844

¿Qué será preciso hacer para conmover a esta sociedad corrompida? ¿Hasta dónde ha de ser necesario hundir el hierro para encontrar las carnes vivas en esta gangrena que se esfuma en putrefacción?

 En nombre de aquellos que sufren, en nombre de aquellos que padecen hambre, en nombre de aquellos que se venden por un pedazo de pan maculado de lodo, en nombre de aquellos que en paralelo con los más inmundos animales, se ven forzados a disputarse un pasto vil en los sumideros del crimen.

 En nombre de las pobres mujeres a quienes se tarifa como carne de libertinaje en la conciencia de la prostitución, y a las que se da el nombre de "mujeres de placer", porque al igual que en los réprobos del Dante, las lágrimas se han congelado en sus ojos y la rabia de su propio dolor les hace a veces reír lamentablemente.

 En nombre de esas víctimas inocentes con las que trafican la inmoralidad de matrimonios mercantilistas, y que vestidas de blanco y engalanadas de flores como las antiguas vírgenes, son conducidas al altar con el objeto de que un célibe por fuerza otorgue una irónica bendición sobre su suplicio, pues un honorable padre y una madre titulada virtuosa, la han condenado, por un puñado de oro, a la tortura que inventó Mecencio: soportar los besos de un cadáver.

 En nombre de los padres y madres cuyos hijos devora el Moloch social, en nombre de las mujeres cuyos corazones son devorados y que no se atreven a proferir sus quejas, en nombre de los niños a los cuales se tritura y cuyos cráneos son aplastados a fin de que carezcan de pensamiento y corazón.

 ¡Yo he vociferado, he llorado, y vosotros habéis reído! ¡Me he impuesto silencio, me he arrastrado a vuestros pies, y vosotros habéis pisoteado mi cabeza! ¿Qué es lo que soy? ¿Qué importa lo que me acontezca? ¿No he ofrendado mi vida por esa gente? ¿y qué importa eso? Pero, agobiadme, encarceladme, calumniadme, llevad más lejos el ultraje, arrojadme cual a un perro, un mendrugo de pan por debajo de la mesa. Lo aceptaré todo, menos vuestro pan. Que se me haga todo, a mí. Pero ¿y el pueblo, qué vais a hacer por el pueblo? ¡Ah, hace mucho tiempo que lo adiviné, el pueblo no debe esperar nada de vosotros. La prosperidad os embriaga, la familiaridad con voluptuosidades y remordimientos os hace temer el tedioso contacto con las ideas serias, el pueblo os repugna y no le perdonáis el ser desgraciado y tener hambre! ¿No es verdad, mis rechonchos financistas de arreboladas y redondas mejillas, de labios siempre relucientes por los vinos deliciosos recién bebidos, no es verdad que ese pueblo con sus ojos hundidos, su tez pálida, os resulta feo? ¿No es verdad, señoras prostituidas honradas, es decir ricas, puesto que, como es sabido, estas dos palabras son sinónimas desde hace mucho tiempo, no es cierto bellas sirenas satinadas, doradas y ambarinas, que el pueblo huele mal y que produce náuseas con sus harapos?

 ¿Qué reclama él pues, y por qué se le permite entrar? Para él nada hay aquí. ¿Que pide pan? Respondedle que no lo hay. Pero, lacayos, ¡arrojad de aquí a esa gentuza y dad un terrón de azúcar a mi pobre lebrel enronquecido por ladrar contra ellos! ¿No es cierto, vosotros todos, los elegidos de la glotonería, de las bebidas, del lacayaje, vientres siempre repletos y siempre ávidos, henchidos de orgullo y rebosantes de infamia, no es verdad que ese pueblo es muy goloso y que semejantes bribones son demasiados audaces al pretender que tienen derecho a comer?...

 ¿Acaso la tierra y todo lo que ella produce no os pertenece? ¿Acaso no sois vosotros sus legítimos propietarios? ¿Acaso no sois absolutamente dueños de despilfarrar lo que os sobra cuando os encontráis ya hartos de compartir vuestro lujo con vuestros perros, antes que proveer a las necesidades de los pobres? ¡Que los pobres acudan a las sociedades de caridad! ¡Que acudan a los hospicios de mendicantes, los mendigos! ¡que se vayan al diablo, por último, si así les place!... En cuanto a nosotros, comamos, bebamos y prostituyámonos, para eso tenemos dinero. ¡Sí, bebed, es la sangre del pueblo! ¡Sí, comed, es la carne del pueblo!... ¡Sí, prostituíos, con las entrañas del pueblo! Y cuando extenuados y hartos os durmáis repletos, será él, ese pueblo, el que despierte, hambriento y terrible.

 ¡Y cuando vosotros hayáis terminado, él empezará!...

 ¡Sí, bebed, mas tened cuidado! ¡También vosotros tenéis sangre en las venas!... ¡Comed, pero tened temor! ¡Pues vuestra carne se está cebando cual conviene a la de las reses!... ¡Prostituid, mas, estremeceos de espanto! ¡Pues mujeres e hijos tenéis!

 Yo he sido mujer, he sido madre, y la sociedad me ha destrozado el corazón. Fui asesinada, porque protesté contra la infamia, y la sociedad me ha vejado al condenar penosamente suyo a mi asesino.

 En el presente no soy ya una mujer, no soy una madre, ¡soy tan solo la paria!... ¡Pues bien, hermanos y hermanas! Cuando haya sucumbido en la guerra contra vuestros opresores, os legaré este libro, espantoso, para ellos, portador de esperanza y de consejos para vosotros... y ellos no se atreverán a condenarlo. Porque yo no os predico la rebelión. La rebelión, la sedición, es crimen de un puñado de revoltosos. Un pueblo no se rebela jamás, él se levanta cuando llega su hora y no precisa que se lo digan.

 Yo no ataco a la propiedad, como dicen. ¿Acaso podría, por ventura, alentar a los ladrones, yo, que los perseguía hasta bajo el manto de los jueces? Yo no ataco a la moral; compruebo que nuestros pretendidos moralistas son los más inmorales de los hombres.

 Yo no ataco a la religión; pues es en nombre suyo por lo que levanto la voz para denunciar el egoísmo y la mendacidad de sus ministros. ¡Yo escribo para que sepáis y para que comprendáis; grito para que me oigáis; mando adelante para mostraros el camino! Leedme pues, hermanas y hermanos; y si creéis en la abnegación de una hermana, seguidme.

 Un hombre llevó su abnegación hasta la muerte, y el testamento que legara constituye el Evangelio.

 Pues bien; yo quiero llevar a cabo lo que soñara sin duda la pecadora Magdalena, al pie de la cruz. Y quiero amar como Él amó, y morir como Él murió, a fin de poder fecundar la viudez del Evangelio y transmitir una herencia para confundirla con la suya.

 ¡También yo preciso de un Calvario para proclamar desde allí, al morir, la emancipación de la mujer!

sábado, 26 de noviembre de 2011

jueves, 24 de noviembre de 2011

¿Qué se dice cuando se dice?

 Las palabras no son "cosas", son señales que siempre apuntan a algo que se quiere mostrar. El lenguaje es experiencia, vivencias sistematizadas en pequeñas capsulitas destinadas a viajar por nuestros circuitos cerebrales y dirigir nuestra atención hacia un sector específico.

 Cuando se dice algo, no se dice lo "dicho", se dice lo señalado por lo que se está diciendo.

 ¿Y a dónde voy con tanto vericueto y contoneo en las ideas?

 El amor, la libertad, la igualdad, la justicia, la verdad... no son cosas que existan per sé. Por lo tanto, no son cosas destinadas a ser buscadas ni perseguidas, son guiños de experiencia ajena que nos invitan a atender "algo".

 Ese "algo", "momento", "experiencia" que llevó a forjar la palabra es lo que se quiere decir cuando se dice lo dicho, y no una cosa material ni palpable que revolotea al son del absurdo de la existencia.

 Cada palabra no "es", sino que "fue" o "está siendo"; siempre hay ritmo, siempre hay movimiento. Y cuando "fueron" y se quiere que "sean" nuevamente o por primera vez en otra vida, no es necesario buscarlas... es necesario construirlas.

 Amor, libertad, igualdad, justicia, verdad... dependen de lo que hagamos para vivenciar la experiencia, y no de cuántas veces seamos capaces de repetirlas o adornarlas.



miércoles, 23 de noviembre de 2011

Odio a los Indiferentes

A. Gramsci

Odio a los indiferentes. Creo que vivir quiere decir tomar partido. Quien verdaderamente vive, no puede dejar de ser ciudadano y partisano. La indiferencia y la abulia son parasitismo, son bellaquería, no vida. Por eso odio a los indiferentes.
La indiferencia es el peso muerto de la historia. La indiferencia opera potentemente en la historia. Opera pasivamente, pero opera. Es la fatalidad; aquello con que no se puede contar. Tuerce programas, y arruina los planes mejor concebidos. Es la materia bruta desbaratadora de la inteligencia. Lo que sucede, el mal que se abate sobre todos, acontece porque la masa de los hombres abdica de su voluntad, permite la promulgación de leyes, que sólo la revuelta podrá derogar; consiente el acceso al poder de hombres, que sólo un amotinamiento conseguirá luego derrocar. La masa ignora por despreocupación; y entonces parece cosa de la fatalidad que todo y a todos atropella: al que consiente, lo mismo que al que disiente, al que sabía, lo mismo que al que no sabía, al activo, lo mismo que al indiferente. Algunos lloriquean piadosamente, otros blasfeman obscenamente, pero nadie o muy pocos se preguntan: ¿si hubiera tratado de hacer valer mi voluntad, habría pasado lo que ha pasado?
Odio a los indiferentes también por esto: porque me fastidia su lloriqueo de eternos inocentes. Pido cuentas a cada uno de ellos: cómo han acometido la tarea que la vida les ha puesto y les pone diariamente, qué han hecho, y especialmente, qué no han hecho. Y me siento en el derecho de ser inexorable y en la obligación de no derrochar mi piedad, de no compartir con ellos mis lágrimas.
Soy partidista, estoy vivo, siento ya en la consciencia de los de mi parte el pulso de la actividad de la ciudad futura que los de mi parte están construyendo. Y en ella, la cadena social no gravita sobre unos pocos; nada de cuanto en ella sucede es por acaso, ni producto de la fatalidad, sino obra inteligente de los ciudadanos. Nadie en ella está mirando desde la ventana el sacrificio y la sangría de los pocos. Vivo, soy partidista. Por eso odio a quien no toma partido, odio a los indiferentes.

Fuente: http://revista-zoom.com.ar/articulo1638.html